martes, 6 de abril de 2010

Medina y (el) yo (*)

Por Diego J. Kenis

La aparición de una nueva edición de la obra de Enrique Medina ofrece la oportunidad de rescatar a uno de los más originales escritores argentinos contemporáneos. Ya en librerías, “Mujeres y Amantes” reúne el conjunto de sus obras escritas desde el punto de vista femenino. El dato no es menor si tenemos en cuenta que Medina es considerado –Sebreli es aquí quien enunció su importancia- un escritor del contrasistema, entre otras cosas por su innovador uso de la primera persona, y la posibilidad de conocerlo resulta aún hoy un descubrimiento original en la vida lectora.

Algo así significó su presentación como boom literario de comienzos de los ’70 con la densa novela Las Tumbas, que inicia una serie de relatos en que se comprueba la existencia de un personaje común que, nutrido de muchas vivencias del autor, puede servir de metáfora del país y referir, a su vez, a temas caros al hombre, como la libertad, la opresión y la soledad. Strip Tease será otro salto, donde confluyen lo absurdamente patético y lo inexplicablemente trágico, con sótanos de burlesque desnudista que son a la vez bajos fondos dostoievskianos del Ser y refugios antimisiles frente a una realidad concreta demostrada por la superficie del oscuro ’76.

Con Transparente termina de abrirse un nuevo período en la vida del artista y comienza a cerrarse la actual compilación de “Mujeres y Amantes”, que la incluye. Como en sus anteriores relatos, el autor pone su “mano en el pecho” y presta voz y pluma al personaje que, en este último caso, presenta la novedad de ser una mujer.

Transparente gustó mucho a Julio Cortázar, quien la consideró “nada fácil de hacer”. Quizás hablara del enorme mérito de Medina de mantener el préstamo del “yo” durante el desarrollo de toda una novela. Una hipótesis: se debe saber escribir muy bien para poder caminar por la cornisa, para prestar la primera persona a un relator al que no se cobran peajes literarios, que habla con su propia voz y su propio idioma de algún hecho puntual de su existencia.
La irrupción de un idioma que Borges procuró hacer tratado y Marechal comprendió en su departamento sobre la tomada calle Rivadavia el 17 de Octubre del ’45, sorprendió a Cortázar en plena traducción de originales franceses o degustación de música clásica. Muchos años después, desde la tristeza y la lejanía que decía propias de lo argentino, pudo comprender aquel hecho que revelaba la existencia de personajes como La Estelvina que Medina propicia en Transparente.

El verbo común impone la irrupción, ya que Medina surge en medio de una literatura que, Boedo mediante, trata sobre marginales o excluidos pero les exige vestir de elegante sport para acceder al mundo literario. Las novelas amplían ese riesgo, porque su extensión favorece la mimesis entre narrador y personaje. Marginal éste y culto aquél, la obra corre el riesgo de naufragar en el contrasentido o hundirse en lo trivial. Quizá –esta es una interpretación, no dudo que arriesgada- Cortázar admirara al Medina de Transparente porque en sus propias obras no lograba obtener transparencias a tales grados, y sus personajes terminaban irremediablemente por parecerse a él en algún punto, fumar sus cigarrillos, escuchar sus discos o tomar su cognac.

Esto resulta común a muchas obras –incluso, completas- de la literatura, y aquí creo que radica lo esencial de la recomendación de cuanto menos hojear “Mujeres y Amantes”: los personajes de la literatura, en general, suelen reservarse un punto mínimo en que imitar al autor de sus días, en que ser como él, aunque más no sea por convertirse en su contrario. Los de Medina simplemente son. Y punto.
(*) Publicado por la Revista Transiciones Nº 27, Mar del Plata, 2009.

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