Entre
tazas y tés…
(Cualquier
semejanza con la coincidencia es pura realidad).
En torno
a una mesa de té, disertaban tres señoras muy aseñoradas. Estaban A. Loma de
Alcurnia, Espina de Cristo y la señora de Winograd.
Las
referencias a una tal Yegua eran constantes. Debía tratarse de una mujer
bipolar, porque le cuestionaban tanto su promiscuidad como su castidad, tanto
su permanente negro de luto como supuestos romances "cuando el finado
todavía está caliente en su tumba, fíjese". La plática comenzó con una
crítica al corte de pelo de Boudou. Las señoras añoraban a Passarella. Eso les
dio pie para criticar a Maradona, “que tan mal nos hace quedar ante la prensa
imperial”. Luego, la emprendieron contra sus maridos y posteriormente
enumeraron los beneficios de la permanente. La conveniencia entre Ravenna y
Cormillot marcó la única disputa que se escuchó esa tarde.
Para
poner paños fríos, llegó el mozo. Se apellidaba San Juan, usaba colgantes al
cuello y la camisa desabrochada hasta el segundo botón. Canchero, movía la
cabeza como en estado de perpetuo cabezazo de centro al primer palo. Las
señoras se animaron y sus maridos se convirtieron nuevamente en carne de la más
feroz de las faenas. A juzgar por sus relatos no había en estos hombres nada de
positivo.
- Yo me
separaría- dijo la señora de Alcurnia.- Pero me acuerdo del Buen Pastor y el
maíz en las rodillas…
El mozo
balbuceó que acordaba en un todo con las expresiones vertidas por las
preopinantes, y extendió la cuenta. Como despedida, retomaron el comentario de
la vida de terceros.
-
Callate, me dijeron que el muchacho tiene una relación, y no se ha
casado…- dijo la señora de Alcurnia, tapándose la boca con tres dedos de
su diestra. De Winograd, mientras se santiguaba, exclamó:
-
¡Si será degeneráu!- porque ese tipo de expresiones se declaman en crioyo,
¿vio?
Espina de
Cristo se desmayó.
Cuando se
recuperó, salieron. En la esquina, compraron el diario La Cueva. Antes
de despedirse, deliberaron. Habían descubierto un trabajo que les
proporcionaría jugosos dividendos y la posibilidad de ejercer lo que mejor
saben: la opinología. Haciendo cuentas, decidieron permitirse el postergado
acto de libertad: pedirían el divorcio a sus maridos. Un beso en la mejilla
selló el innecesario pacto. Luego, cada cual agarró para su lado:
Una se
fue, por mar, en un buque de guerra.
Otra, por
tierra, en un tren militar.
La
tercera tropezó, en la calle se cayó y al pasar por un cuartel, se enamoró de
un Coronel.
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